Cuando la desubicación manda, los papelones están a la vuelta de la esquina. Eso le ha pasado a la Argentina ante el mundo, ya que el discurso de inicio de la Asamblea Parlamentario Euro-Latinoamericana (Euro-Lat), que fue encomendado por los organizadores a la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández, resultó para muchos un fiasco justamente enraizado en un tic que cada día más se le nota a ella, ya que suele suponer que el mundo gira a su alrededor. El trastorno se le observa justamente en sus discursos, cuando ella impone lo autoreferencial de modo permanente, un mal que se le ha ido agravando con el tiempo y que, en este caso la puso al borde de socavar el principio de integridad territorial que la Argentina defiende en Malvinas.
El egocentrismo es una afección que le hace a alguien creerse superior a los demás y la sicología determina que se trata de un comportamiento repetitivo que le justifica al egocéntrico realizar acciones cuya finalidad última es obtener beneficios para uno mismo, sin tener en demasiada consideración a los demás. Lo notable es que ese rasgo de centralidad que debería estar en las antípodas de la política, naturalmente abarcativa y en el caso de los pensamientos de izquierda se supone que inclusiva, le guste tanto a los fanáticos de la vicepresidenta, quienes sin mirar la viga en el ojo propio siempre tienen a mano la categorización de “fascistas” para crucificar a los demás. Así, el egocéntrico necesita como el pan las admiración de los demás y ese aval es, a la vez, justificación y motor.
Quizás por eso, el organizado copamiento del CCK por parte de militantes de La Cámpora y de legisladores y dirigentes que le responden, quienes el miércoles pasado expresaron en sus cánticos su furioso acompañamiento hacia Cristina y en medio de la interna oficialista celebraron los palos lanzados quirúrgicamente a quien tiene “la banda y el bastón” pero no todo el poder (Alberto Fernández), le dio a ella más alas para seguir profundizando sus demandas y amenazas encubiertas derivadas de esa compulsión que la aqueja, naturalmente alejadas del ámbito político en el que se proferían.
Visto desde la Argentina, lo más grave de ese discurso fue que no dejó títere con cabeza para justificar a su amigo Vladimir Putin, inclusive sin pensar que estaba subordinando lo nacional a su ideología, la que ella probablemente considere más verdad revelada que la propia soberanía. Lo mismo que dijo en la EuroLat ya lo había manifestado en un hilo de tuits a fin de febrero, aunque lo más peligroso fue, en boca de la vicepresidenta de la Nación nada menos, la comparación de la actual actitud de Rusia frente a Ucrania con el caso Malvinas, a partir de la cobertura que se dieron entre ellas las potencias de la OTAN en 1982, razonamiento que tira por la borda muchos elementos de la tradicional defensa que hace la Argentina del mantenimiento de la integridad territorial, principio de derecho internacional que reconocen las Naciones Unidas.
En su ensalada, la vicepresidenta no reparó en que si aquella invasión de 1833 sobre territorio argentino y el trasplante de población e idioma (como lo que prohijó Rusia en el Donbás, la región rusófona del este ucraniano) eran criticables, por carácter transitivo esta otra invasión vista desde la Argentina y como política de Estado, también debería serlo. Sin demasiado pensamiento, pero con mucho de fanatismo, los aplaudidores ovacionaron igual. El mensaje subyacente fue que Rusia es igual a las demás potencias con silla en el Consejo de Seguridad de la ONU (“salvo China”) y por lo tanto no es criticable, ya que a la OTAN “cuando les conviene lo rechazan y cuando no les conviene está todo bien”, en lo que llamó “doble estándar”.
En tanto, desde las formas, el lugar y la oportunidad, la intervención de la vicepresidenta fue criticada apenas un rato después de su discurso en una carta de protesta que los representantes del Partido Popular Europeo (PPE) le enviaron al titular de la Asamblea manifestando su “profundo malestar tras el bochornoso espectáculo” al que llamaron “mitin político” y plantearon que “un acto solemne e institucional” no puede ser “utilizado con finalidad partidista”. Luego, un diputado de ese espacio, el italiano Nicola Danti, se quejó por Twitter: “Representamos a Europa. No somos extras para su propaganda peronista”, disparó.
Alrededor de las críticas, la militancia se defendió de inmediato diciendo que provenían de “la derecha europea”. Efectivamente, el PPE es el principal conglomerado político de la Unión Europea que nació de los viejos partidos de la Democracia Cristiana, a la que alguna vez adhirió el peronismo, al que se sumaron luego legisladores de espacios de la centro-derecha, bloque que hoy cuenta con 177 diputados en el Europarlamento. “Así funciona el populismo, cuando toda ocasión se vuelve buena para la promoción electoral. No es la primera vez que experimento este tipo de fenómenos, pero ayer sucedió en detrimento de las instituciones europeas. Y esto no lo puedo aceptar”, agregó Danti.
Efectivamente, los populismos en el mundo no tienen ideología y hacen de la toma del poder a costa del dinero y de las libertades de los ciudadanos una religión, por izquierda y por derecha. Ejemplos sobran a nivel global. Hoy, el populismo está en retracción en muchos lugares porque sin plata se hace difícil sostener el relato. Mientras tanto, Cristina parece no advertir la evolución y sigue en sus trece con las mismas consignas de siempre dentro su cabeza, ya que mientras haya quien se lo celebre, ella seguirá suponiendo que es el centro del Universo.